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Publicado el 12 de septiembre de 2012 por José María Bermúdez de Castro

El cerebro de Homo sapiens: luces y sombras

El crecimiento, desarrollo y funcionamiento de nuestro cerebro nos sale muy caro en términos energéticos. Para empezar, cuando estamos en reposo dedicamos el 20 por ciento de la energía biológica que consumimos para mantener la actividad cerebral. Es evidente que este dispendio debe de tener ventajas adaptativas. De no ser así, nuestro cerebro seguiría teniendo el tamaño que mantuvo durante cuatro millones de años en nuestros ancestros del Plioceno. Pero nuestro gran desarrollo cerebral también resulta ser un motivo para la inquietud. Veamos porqué. El cerebro de nuestra especie alcanza un volumen de unos 1.350 centímetros cúbicos, en promedio, frente a los 400 de los chimpancés o de los australopitecos. Desde hace un par de décadas sabemos que el incremento exponencial del cerebro del género Homo, ocurrido en los últimos dos millones de años, fue consecuencia de la prolongación de la infancia en una nueva etapa del desarrollo, que suele conocerse como la etapa de la niñez. Nuestro cerebro no solo creció más deprisa que en los australopitecos del Plioceno, sino que tuvo más tiempo para triplicar su tamaño.

 

El cerebro de los chimpancés completa su crecimiento hacia los cuatro  años, mientras que el cerebro humano alcanza su tamaño definitivo hacia los ocho años. Antes de alcanzar la madurez sexual, los chimpancés disponen aún de siete años para el desarrollo de su cerebro. En ese tiempo, progresa su conectividad neuronal gracias al aprendizaje necesario para llevar una vida plena de adulto. Nosotros aún disponemos de más tiempo para llegar a ese momento. Es más, la adolescencia (una fase totalmente nueva en nuestra especie) permite no sólo una reestructuración de la conectividad cerebral, sino la formación de la capa de mielina que protege a las prolongaciones neuronales y la posibilidad de multiplicar por cien la velocidad en la transmisión de información. Se trata de una auténtica “banda ancha” por la que circula la enorme la cantidad de información de procesamos en cada instante de nuestra vida. El cerebro del género Homo logró un aumento de tamaño considerable gracias al incremento en la velocidad de crecimiento cerebral tanto durante la fase de gestación como en la época postnatal. Al terminar nuestro primer año de vida extrauterina, el cerebro de Homo sapiens alcanza el respetable tamaño de 800 centímetros cúbicos. Según revelaron las investigaciones de Jianzhi Zhang a principios del siglo XXI, la clave de este logro puede estar en cambios del gen ASPM, que regula la cantidad de células madre implicadas en la formación del cerebro. Además, y como dije en el párrafo anterior, disponemos de cuatro años adicionales para lograr el tamaño cerebral con respecto a nuestros ancestros del Plioceno. Por otro lado, hemos ralentizado la consecución de la madurez cerebral merced a cambios en genes como el Cux1 y el Cux2.

 

Disponemos así de más tiempo para conseguir la conectividad de las miles de millones de neuronas que forman nuestro neocórtex cerebral. Gracias a estos procesos evolutivos hemos potenciado las capacidades cognitivas con respecto a los simios antropoideos. Como novedades importantes, contamos con un lenguaje muy complejo y capacidad para el pensamiento simbólico. Sin embargo, nuestra estructura cerebral sigue teniendo el mismo esquema funcional que el de otros simios. Si, somos más inteligentes que los chimpancés gracias a un neocórtex muy desarrollado, en que destaca el “área ejecutiva” prefrontal, como centro de la toma de decisiones, de la planificación o de la anticipación. Sin embargo, el “cerebro emocional” sigue dominando nuestras acciones. Sin la actividad de regiones como la amígdala, el hipocampo, el hipotálamo o la corteza cingulada anterior, en perfecta conexión con el “cerebro racional”, seriamos incapaces de sobrevivir. La gran paradoja de nuestra especie reside en nuestra enorme capacidad para generar una cultura, que progresa de manera exponencial  gracias a la acumulación de información y la interacción entre millones de seres humanos, y nuestra incapacidad para gestionarla de manera eficaz. Problemas como el calentamiento global, el crecimiento demográfico insostenible o las notables desigualdades sociales no son sino la consecuencia del gran desfase entre la evolución tecnológica y la evolución biológica. Nuestro cerebro ha evolucionado de manera significativa, pero su estructura sigue siendo la de un simio. José María Bermúdez de Castro Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos.