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Publicado el 04 de marzo de 2013 por Emiliano Bruner

Evolución y Alzheimer

Aunque siempre decimos que ya se acabaron los tiempos de la “frenología” (la ciencia que intentaba localizar funciones cognitivas específicas en áreas cerebrales concretas), nunca nos hemos alejado de la tentación de localizar nuestras capacidades mentales. Los mismos excesos de simplificación que se llevaban a acabo en aquellos tiempos con la anatomía, hoy a menudo se repiten con las disciplinas moleculares que buscan soluciones en un gen o en una molécula particular.

 

A nivel cerebral, éste tipo de aproximación ha llevado a dar mucha importancia a las áreas frontales y temporales, criticas para funciones importantes como el lenguaje, la memoria, o el sentido moral. Las áreas parietales siempre se han dejado un poco de lado, quizás porque resulta difícil establecer sus límites anatómicos, porque son difíciles de comparar entre especies diferentes, o porque no se pueden asociar de forma lineal con aspectos claros del comportamiento. Siendo difíciles de investigar, han sido etiquetadas genéricamente como “áreas de asociación” y tachadas a menudo como primitivas e irrelevantes. Ya en los años noventa empezaba a estar bastante claro que quizás el tema merecía un poco más de atención. En realidad, paleontólogos como Raymond Dart, Franz Weidenreich, y Ralph Holloway habían sugerido hace tiempo que a nivel de evolución humana las áreas parietales presentaban variaciones peculiares, indicando que a parte cambios en el tamaño del cerebro también había que tener en cuenta posibles cambios en su organización.

 

Más tarde, cuando se empezó a analizar las variaciones de la forma cerebral con métodos estadísticos más completos, los resultados fueron todavía más incisivos: no solamente existen variaciones en las áreas parietales en diferentes especies de Homínidos extintos, sino que sobre todo una reorganización espacial de éstas áreas representa la mayor diferencia entre los humanos modernos (Homo sapiens) y todas las especies fósiles. Aunque a veces las disciplinas neurocientíficas no dan mucho crédito a la paleontología, enseguida no tardaron en llegar numerosas evidencias que destacaban la importancia de las áreas parietales en otros campos. Se encontraron en el surco intraparietal humano áreas celulares ausentes en los otros primates. También se encontraron nuevas conexiones clave para la coordinación de muchas áreas diferentes, así como funciones de integración propias de las capacidades cognitivas más complejas. Muchas teorías sobre inteligencia y complejidad del comportamiento hoy en día se basan en el papel de las áreas parietales, y sobre sus relaciones con el sistema frontal. Recientemente, otra pieza se ha añadido a esta colección de evidencias. Aunque la enfermedad de Alzheimer se conoce por sus consecuencias dramáticas sobre todo en la degeneración de las áreas temporales, pero parece que todo empieza con un defecto metabólico en la profundidad de las áreas parietales. Las áreas que tanto caracterizan el origen de nuestra propia especie, son las mismas donde se evidencian las primeras etapas de un proceso de degeneración que luego se extenderá hacía las áreas vecinas.

 

Hay que preguntarse entonces si es posible que el problema metabólico y la vulnerabilidad de las áreas parietales puedan ser la consecuencia de una elevada especialización evolutiva de una estructura tan compleja y activa, con sus gastos energéticos que acumulan calor y toxinas, y que necesitan un mantenimiento muy costoso. Si fuera así, podemos decir que la enfermedad de Alzheimer es el precio que pagamos para tener áreas parietales tan potentes. Considerando que ésta patología está asociada a una edad avanzada después del periodo reproductivo, ya no tiene mucha importancia para la fitness del individuo: si no influye en las capacidades reproductivas a la selección natural tampoco le importa mucho, y se queda solo con las ventajas de la complejidad neural. La enfermedad de Alzheimer está caracterizando y afectando siempre más a nuestra sociedad. Es una patología devastadora, que vacía los cuerpos dejando lentamente una cáscara sin contenido. Anula al individuo, destrozando la vida de sus seres queridos. Cada información que pueda ayudarnos a enfrentarse a ella es importante, y una perspectiva evolutiva ofrece desde luego indicaciones complementarias.

 

Estas aproximaciones “evo-neuro” se pueden enmarcar dentro de un campo más general que se suele definir “medicina darwiniana” o “medicina evolutiva”. Hay muchos casos en que se ha intentado evaluar las relaciones entre evolución humana y patologías, como por ejemplo para la esquizofrenia. La misma enfermedad de Alzheimer se ha interpretado también en función de problemas energéticos asociados a la retención de caracteres “juveniles” típica de nuestro cerebro. Hasta un defecto en la visión tan frecuente como la miopía ha sido relacionado con un “conflicto” geométrico entre nuestras orbitas y nuestras áreas cerebrales frontales, consecuencia de la evolución del cráneo en nuestra especie. Una perspectiva evolutiva puede que no proporcione directamente una cura, pero es necesaria para conocer el contexto biológico en el que se han establecido las relaciones y los límites que generan los procesos patológicos. Como siempre, conocer el pasado ayuda a interpretar el presente. Emiliano Bruner