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4.500 siglos después, el asesino de Atapuerca todavía anda suelto

En la imagen, el cráneo número 17 de la Sima de los Huesos. 

 

Alfonso Masoliver

LA RAZÓN

 

La arqueología no debe ser un oficio fácil. Parece inaudito que sus profesionales sean capaces de recrear escenarios enteros, conflictos, sentimientos y costumbres, la identidad de una tribu y su pugna por sobrevivir en un mundo hostil y peligroso para los primeros hombres.

 

Desde pequeñito pienso que un arqueólogo es más que un científico; son los guionistas de la obra representada en diferido de nuestros orígenes, investigan asesinatos que la policía del Neolítico archivó hace millones de años, diseccionan como un naturista haría con un nuevo insecto los bailes guturales que representaban alrededor del fuego.

 

El arqueólogo tiene también algo de adivino, y resulta delicioso porque podemos colocar a su gremio en el pedestal de los adivinos del pasado, y adivinar el pasado tiene que ser condenadamente complicado, mucho más que discernir el futuro manoseando una bola de cristal. Ellos apenas toquetean con sumo cuidado los pedacitos que reúnen en pequeños montones, migas de pan fosilizadas, y aquí una incisión que no debería haber y allá un molar quebrado les permiten reconstruir vidas enteras que se extinguieron hace mil, dos mil siglos.

 

Pero más complicado me parece ser uno de los primeros hombres. No solo porque corrían aterrados huyendo del invierno y se clavaban las astillas en las manos para escurrir una chispa de fuego y pasaban semanas hambrientos sin cazar una pieza y se enfrentaban con una rabia temible a las tribus enemigas.

 

Creo que la responsabilidad de ser uno de los primeros hombres debía ser brutal, lo pienso de verdad, porque ellos no podían darse por vencidos. No valían las excusas cuando el destino de la humanidad les empujaba a caminar. Creo de verdad que si los primeros hombres fueran como los humanos de hoy que nos quejamos todo el puñetero día, llueve o deje de llover, en ese caso nuestra especie todavía saltaría de rama en rama comiendo papayas. Tuvieron que hacer un gran esfuerzo para enfrentarse a toda la naturaleza que se confabulaba para frenar su evolución descontrolada, y tuvieron que luchar una serie de combates durísimos contra la masa enorme de la naturaleza para triunfar sobre ella. Debió ser una época magnífica, increíblemente violenta.

 

 

Dos mundos que se encuentran en el portal de Atapuerca

 

Estas dos facetas fascinantes del ser humano (el arqueólogo y el hombre primitivo) guardan un tipo de relación especial en el yacimiento de Atapuerca. En el campo burgalés se esconde a la vista de todos un portal que permite a los arqueólogos volver atrás, y catapultar también hacia nuestra era al hombre primitivo y sus extrañas costumbres trogloditas.

 

Quiero verlo así, como un portal en el tiempo, una herramienta peligrosa pero sumamente útil si se maneja con la responsabilidad adecuada, y quiero verlo como una puerta de fantasía, casi una leyenda, desde que ya se escribió sobre la existencia de esta cavidad en la documentación del siglo X que guarda el Monasterio de San Pedro de Cardeña. Imagino esa puerta iluminada con un brillo tenue y mortecino, tenebroso y adictivo, mientras que los monjes cistercienses del año 900 que la ven de lejos están paralizados por sus supersticiones y sin atreverse a acercarse un paso más a ella. Rezan oraciones atropelladas en latín y la riegan con agua bendita.

 

Dato curioso número 349 sobre el yacimiento de Atapuerca: aquí se averiguó por qué podemos alimentarnos de la leche de otros mamíferos. Parece ser que miles de años atrás no podíamos digerir el azúcar que llevaba la leche, y, tiempo al tiempo, por la necesidad de sobrevivir, nuestro organismo evolucionó para poder digerirla. Quién habría dicho que un vaso de leche con Cola Cao era algo parecido al veneno hace no muchos años.

 

Dato curioso número 350 sobre el yacimiento de Atapuerca: gracias a los restos de Miguelón pudo reconstruirse el cuerpo de un homínido (Homo heidelbergensis) relativamente parecido a nosotros, de 300.000 años de antigüedad. Miguelón no era nadie, era una mota de polvo triste y abandonada en la llanura de nuestra especie, pero encontró la puerta de Atapuerca y su vida miserable cobró un sentido extraordinario.

 

El asesino de Atapuerca

 

Estiras la mano en el yacimiento de Atapuerca y arrancas un terruño de la Sima de los Huesos. Un pedacito de hueso teñido con un tono arcilloso aparece de un viaje al pasado remoto, y tras ser rozado por la mano enguantada del arqueólogo pega un brinco enorme hacia delante. No tiene sentido ponerse a contar detalles y datos y bombardear al lector con cifras y novedades sobre la cronología del hombre porque yo no soy arqueólogo y no me atrevería a robarle el protagonismo a estos domadores del tiempo que saben mucho más que cualquiera de nosotros (incluyendo los listillos que interrumpen y discuten y tocan las pelotas al guía durante la visita, de esos siempre hay alguno merodeando por Atapuerca), entonces recomiendo ir de visita a los yacimientos de Atapuerca y conocer de primera mano el batiburrillo de misterios que poco a poco va vomitando este portal de las leyendas. Merece la pena hacerlo sin interrumpir. Y si todavía no estamos convencidos, creo que basta conocer la historia del asesino de Atapuerca para decidirnos de una vez.

 

Es que en Atapuerca anda suelto un asesino. Hace 430.000 años que se esconde. Los arqueólogos del yacimiento son los encargados actuales de comprender quién era, cómo y por qué asesinó brutalmente a un joven de veinte años cuyos restos se encuentran hoy en la conocida Sima de los Huesos. Sí, así es. Este “caso frío” (que es como los estadounidenses llaman a los casos que no consiguen resolverse en el momento adecuado) señala que el jovencito cuyo cráneo apareció con dos profundos golpes efectuados de manera violenta y deliberada en el hueso frontal fue asesinado. Sabemos que hubo ensañamiento en la muerte porque bastaba un solo de los golpes para acabar con su vida. Sabemos que el enfrentamiento fatídico fue cara a cara y no una traición por la posición de las heridas. Sabemos que el arma homicida fue un objeto contundente y puntiagudo.

 

Sabemos que el asesino es diestro. Pero también sabemos gracias al yacimiento de Atapuerca que la mayoría de los Homo Heilderbergensis eran diestros, entonces esta información no parece relevante. Un asesino anda suelto al otro lado de la puerta de Atapuerca y en cualquier momento puede cruzar y hacernos daño. Debemos andarnos con cuidado: es el asesino más inteligente de la Historia porque su crimen lleva cuatro mil quinientos siglos sin resolverse (estas cifras son de escándalo). Es escurridizo y puede que haya adoptado la forma de los huesos astillados para confundirnos y acercarse a nosotros con disimulo. Pero atrévete, no tengas miedo, ponte la mascarilla, visita el yacimiento de Atapuerca este verano. Enfréntate al viejo asesino y cruza la puerta.

 

Dato curioso número 137 sobre el yacimiento de Atapuerca: el asesinato del propietario del Cr-17 desautoriza definitivamente el mito del “buen salvaje” que escribió el genial Rousseau. Parece que la duda se resolvió y realmente somos criaturas fatales que no necesitan de la influencia de la sociedad civilizada para corromperse. Allí está nuestro Caín burgalés para demostrarlo.

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