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Publicado el 27 de febrero de 2023 por José Ramón Alonso

Catedral, evolución y Cajal

José Ramón Alonso

 

Universidad de Salamanca

 

Si solo pudiera recomendar dos joyas de Burgos serían la catedral y el Museo de la Evolución Humana. Tan diferentes en su concepto, su contenido, su estética y su propósito, pero los dos, obras cumbre del cerebro humano. Vamos a ver si se puede jugar a combinar ambos proyectos y al mismo tiempo hablar de mi científico más admirado, Santiago Ramón y Cajal.

 

Fabriquero es una palabra hermosa. Se denomina así al responsable, a veces laico, a veces un canónigo, de la construcción y las obras de mantenimiento y mejora de una catedral. La ciencia española, como la de cualquier país, es una catedral siempre en construcción, que añade pináculos y vidrieras, cresterías y cimborrios, y a veces arregla goteras e incluso derrumbes. Hay siglos en los que las obras avanzan y otros en los que se detienen, casi siempre por falta de liderazgo, de proyecto y de dineros en las arcas. Un fabriquero, como lo fue figuradamente Cajal, debe combinar una visión de futuro, unos objetivos ambiciosos y el cuidado más humilde pero imprescindible en los detalles, los materiales, los presupuestos y los operarios. Cajal así lo hizo.

 

El cerebro es el órgano que se encarga de aquello que nos hace humanos y él fue el primero en mostrarnos cómo realmente es. Nuestra evolución va íntimamente ligada a la evolución de nuestro cerebro. Cajal abrió la puerta al conocimiento del sistema nervioso y sin su obra no sabríamos cómo abordar la depresión, ni entenderíamos la tetraplejia ni habríamos puesto las bases de la inteligencia artificial ni podríamos relacionar capacidad craneana con construcción de herramientas o pensamiento simbólico como se hace en los yacimientos de Atapuerca.

 

La obra de Cajal tiene cuatro dimensiones concéntricas. El círculo más íntimo es su obra personal. Ha sido ampliamente estudiada y valorada y es considerado por muchos uno de los grandes científicos de todos los tiempos. El segundo círculo es su grupo de discípulos y colaboradores, la llamada Escuela Histológica española. Pío del Río Hortega, Luis Simarro, Fernando de Castro, Nicolás Achúcarro, Gonzalo Lafora, Rafael Lorente de No, Francisco Tello, Domingo Sánchez y otros fueron un plantel de calidad cuya trayectoria quedó segada por la Guerra Civil. El tercer círculo es su influencia sobre la ciencia española, y ahí su labor principal fue como presidente de la Junta de Ampliación de Estudios, de la que luego hablaré pues es donde es más patente su labor de fabriquero, y el cuarto círculo fue la sociedad en general, donde Cajal se convirtió, como sucede a veces en nuestro país, en un mito. En vez de resaltar su origen humilde, la escasez de medios, la laboriosidad, la competitividad, el patriotismo, la honestidad, cualidades que muchos niños y jóvenes podrían entender e intentar asumir, se le considera un genio, alguien con unas cualidades únicas, un caso excepcional que solo sucede cada mil años. Cajal no se ve así: «tengo más de obrero infatigable que de sabio». La mitificación le deshumaniza y le traiciona.

 

Centrémonos en su labor como fabriquero de la ciencia española, su influencia a favor del desarrollo y mejora de la investigación en nuestro país. A lo largo de ese mismo 1906 del Nobel el gobierno diseña la creación de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, la JAE, aprobada por real decreto de 11 de enero de 1907.  Pablo de Azcárate la define como la «primera obra seria y constructiva de renovación científica, educativa y pedagógica de carácter oficial, realizada dentro del aparato institucional del Estado en la época moderna». Cajal, que rechaza en dos ocasiones el ministerio de instrucción pública, lo que ahora sería el ministerio de educación, acepta ser el primer presidente de la JAE desde su fundación en 1907 y se mantendrá en el puesto hasta 1932, año en que cumple 80 años y con la salud quebrantada se retira voluntariamente. En sus Reglas y Consejos ya había planteado «la obligación inexcusable del Estado de estimular y promover la cultura, desarrollando una política científica». Él orientará la JAE para ser esa herramienta de política científica y para ello contará con la inestimable colaboración de José Castillejo (1887-1947), catedrático de Derecho romano y discípulo predilecto de Francisco Giner de los Ríos, y Manuel Bartolomé Cossío.

 

La JAE tuvo desde su inicio el claro objetivo de elevar el nivel científico de España y dispuso de unos medios que sin ser generosos fueron significativos en comparación con el yermo panorama anterior. Quizá lo más conocido son los pensionados, que ahora llamaríamos becarios o contratados pre- y postdoctorales. El camino era enviar a jóvenes científicos, artistas y profesores a centros extranjeros de máximo prestigio con el objetivo de igualarnos con esos países en una generación. El propio Castillejo lo había explicado: «cada vez que el talento natural del español medio es sometido a una preparación científica, los resultados pueden competir con los de cualquier otro país». Más de 2000 jóvenes se beneficiaron de ese apoyo.

Una segunda herramienta fue la creación de centros e institutos de investigación, como el Instituto de Ciencias Físico-Naturales y el Centro de Estudios Históricos, dirigidos respectivamente por Cajal y Ramón Menéndez Pidal (1869-1968). A eso se van sumando distintas instituciones: Laboratorios permanentes, Escuela Española de Roma, etc. En tercer lugar, también se intentó imbricar a los diferentes sistemas educativos y se crearon núcleos, como la Residencia de Estudiantes, el Patronato de Estudiantes, la Residencia de Señoritas o el Instituto-Escuela, que sirvieran de focos de debate, formación y guía intelectual. En cuarto lugar, hubo un interés por mejorar el interés de la sociedad por la ciencia, «elevar el nivel intelectual de la masa para formar ambiente moral susceptible de comprender, estimular y galardonar al sabio» en palabras de Cajal y también «proporcionar a las clases sociales más humildes ocasión de recibir en liceos, institutos o centros de enseñanza popular, instrucción general suficiente a fin de que el joven reconozca su vocación y sean aprovechadas, en bien de la nación, todas las elevadas aptitudes intelectuales». Cajal predica con el ejemplo, hace divulgación científica con libros populares cargados de humor y da conferencias y charlas dirigidas a un público no especializado.

 

El proceso liderado por Cajal se hizo sin contar apenas con las universidades, no se hizo ningún intento por crear un mecenazgo para la investigación, no se desarrolló la colaboración entre los sectores público y privado, no se trabajó en la transferencia a los sectores productivos y no se intentó convertirnos en un país de recepción de talento internacional, ni siquiera en nuestro ámbito natural hispanohablante. Aún así es mucho lo que sembró Cajal y fructifica en las últimas décadas del siglo XX y primeras del XXI. La Guerra Civil, con la terrible purga del talento intelectual y científico que Pedro Laín Entralgo denominó «el atroz desmoche», la depuración franquista de las universidades españolas, fue un golpe terrible. Afortunadamente, Cajal no tuvo que verlo.

 

¿Y ahora? Hemos tenido unos años donde la política científica se ha centrado en la excelencia. Suena bien, ¿quién puede negarse a perseguir ese ideal? pero creo que ha sido nefasto. La financiación se ha centrado en los grupos de excelencia y los demás han sido arrasados. Muchos grupos que hacían un trabajo honesto, que generaban «tejido», que formaban muy bien a la siguiente generación de investigadores, han sido desamparados y empujados a su desaparición. En un símil futbolístico, solo interesaba el Real Madrid y el F.C. Barcelona, todo el resto, la cantera, los grupos «de provincias», el resto de la primera división y todas las demás divisiones han sido empujados a la inanidad. Es un error y también Cajal lo había dicho: «Para producir un Galileo o un Newton es preciso una legión de investigadores estimables». La pirámide se convirtió en un lapicero y esa figura geométrica tiene muy poca estabilidad para mantenerse en pie y asegurar que sigue aspirando a lo más alto.

 

 

Referencias:

 

AGUILAR GAVILÁN, Enrique (coord.) La Universidad de Córdoba en el centenario de la Junta para la Ampliación de Estudios. Córdoba: Universidad de Córdoba, 2008.

 

ALONSO, José Ramón, DE CARLOS, Juan A. Cajal. Un grito por la ciencia. Pamplona: Next Door Editorial, 2018.

 

LÓPEZ-OCÓN CABRERA, Leoncio (2007) “La voluntad pedagógica de Cajal, presidente de la JAE”. Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, LIX(2), pp. 11-36.

 

RAMÓN Y CAJAL, Santiago. Recuerdos de mi vida: Historia de mi labor científica. Madrid: Alianza, 1981.

 

RAMÓN Y CAJAL, Santiago. Reglas y consejos sobre investigación científica: los tónicos de la voluntad. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1999.

 

SÁNCHEZ RON, José Manuel (coord.) 1907-1987. La Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas 80 años después. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1988.

 

SÁNCHEZ RON, José Manuel. Cincel, martillo y piedra. Historia de la ciencia en España (siglos XIX y XX). Taurus: Madrid, 1999.

 

Una versión modificada y ampliada de este artículo se publicó en Revista de Occidente