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Publicado el 07 de noviembre de 2023 por Antonio Rodríguez-Hidalgo

De los huesos a la sociabilidad. La caza comunal de bisontes en Atapuerca.

Autor: Antonio Rodríguez Hidalgo

 

Los bisontes son importantes en el registro paleontológico de Atapuerca. En la sierra tenemos representadas casi todas las especies que alguna vez existieron en Europa, lo que nos ayuda a reconstruir su historia evolutiva. De hecho, podemos establecer un paralelismo con las especies humanas, también representadas en Atapuerca por todos los homininos que habitaron el continente y para los que los bisontes fueron sustento durante más de un millón de años.

 

Entre los años 2008 y 2011, excavamos un estrato arqueológico muy particular en el yacimiento de Gran Dolina. Se trataba de una verdadera manta formada por más de cuarenta mil huesos de bisonte y unos siete mil restos de industria lítica. Esa capa se formó hace unos 400 mil años, aproximadamente en el mismo momento en que los preneandertales de la Sima de los Huesos habitaban la Sierra.

 

Gran trampa

El estudio zooarqueológico y tafonómico de los huesos nos permitió entender cómo se formó ese estrato. Son los restos de una serie de grandes matanzas de manadas completas de bisontes de una especie similar a Bison priscus, el bisonte estepario. La cueva de Gran Dolina fue utilizada como ventaja del paisaje para generar una gran trampa hacia la que conducir pequeñas manadas de bisontes. Una vez atrapados y sacrificados, los humanos cercenaron las carcasas y se llevaron las partes que más les interesaban a otro lugar, abandonando las sobras en forma de huesos quebrados y herramientas descartadas en el interior de la cavidad. Gran Dolina funcionó como un gran cazadero, y debido a la cantidad de animales atrapados y su gran talla, también como un matadero en el que procesar los cadáveres de las presas.

 

Para llevar a cabo estas grandes matanzas, los homininos desarrollaron una técnica de caza muy concreta que se denomina caza comunal. Se trata de un conjunto de tácticas y estrategias que implican a un número elevado de personas cooperando con el objetivo común de matar a un número elevado de presas en un sólo evento. El estrato conocido como la manta de huesos de TD10.2 es en la actualidad el yacimiento más antiguo de la historia de la humanidad en el que se ha constatado el uso de esta técnica. Las implicaciones son muy importantes.

 

En primer lugar, el uso de esta técnica de caza no es posible sin el desarrollo de algunas herramientas cognitivas complejas como el lenguaje articulado, la cohesión social, el reparto de tareas y una elevada capacidad de anticipación. De hecho,  la caza comunal se ha utilizado tradicionalmente como prueba de complejidad. Se pensaba que era patrimonio exclusivo de nuestra propia especie Homo sapiens, que la había desarrollado hace unos 10.000 años. El caso de Gran Dolina en Atapuerca amplía esta fecha hasta hace unos 400.000 años y la extiende a otras especies como los preneandertales.

 

Trabajo cooperativo

En segundo lugar, a través de los relatos etnográficos de caza comunal sabemos que es una actividad en la participan todos los miembros del grupo. Es como una fiesta. Se hace de vez en cuando y todo el mundo tiene su papel en ella. Los cazadores más experimentados se apostan en la zona de matanza, los jóvenes participan en el sacrificio para demostrar su valor, los viejos y los niños hacen de bateadores asustando a los animales para que vayan en una u otra dirección. Es un trabajo cooperativo en el que participa la gente que normalmente no caza grandes presas y esto tiene profundas implicaciones sobre la cohesión social de las bandas de cazadores-recolectores del Pleistoceno Medio. Es la constatación de que el trabajo cooperativo, la asignación de tareas y el redistribución tienen profundas raíces en la historia evolutiva humana.

 

Por último, este nivel de Gran Dolina pone en cuestión una de nuestras creencias sobre las sociedades paleolíticas: el pequeño tamaño de los grupos humanos. La única forma de cazar manadas de bisontes,  procesar los miles de kilos de carne, piel, grasas y huesos generados en cada evento, transportarlos y comérselos es a través de la participación de muchas personas. Estamos hablando de varias decenas de individuos, si no cerca de un centenar. Esta evidencia choca contra la teoría antropológica que supone que los grupos no superaron los 25 individuos en el mejor de los casos.