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Publicado el 01 de diciembre de 2012 por María Martinón

El origen del Homo sapiens: Caso Abierto

El posible origen africano de Homo sapiens, a pesar de ser uno de los debates en los que parece haber mayor consenso, no deja de ser una hipótesis y, como tal, debería estar sujeta a revisión y contraste, particularmente a la luz de nuevas evidencias. Uno de los pilares básicos sobre los que se fundamenta la aserción de que nuestra especie es oriunda de África radica en que los fósiles más antiguos atribuidos a H. sapiens se han encontrado en este continente. Con aproximadamente 195.000 años de antigüedad, los fósiles de Herto, en Etiopía, van en cabeza de una carrera que, sin embargo, no se ha celebrado en igualdad de condiciones. ¿Es acaso comparable el trabajo de campo que se ha realizado en África y en Asia? ¿Está equilibrada la consideración que la ciencia oficial ha otorgado al registro arqueológico y paleontológico de ambos continentes? Mientras en África se reconocen hasta tres géneros –Paranthropus, Australopithecus y Homo- con varias especies cada uno, para el mismo periodo, en toda la inmensa Asia, solo se reconoce una especie, un cajón de sastre llamado Homo erectus. ¿Estamos utilizando la misma vara de medir en ambos casos? ¿Se nos estará escapando algo? Durante los últimos años, hemos asistido a un avance imparable del gigante asiático en muchos campos, incluido el de la ciencia. Somos testigos y partícipes de un esfuerzo ostensible por parte de los científicos orientales por entrar en el juego mediante la publicación de su evidencia en revistas internacionales de impacto (con un sistema de revisión externo que garantiza unos estándares de calidad iguales a los exigidos al resto de la comunidad científica), redescubriendo fósiles antiguos que estaban únicamente publicados en la lengua china, proporcionando nuevas y fiables dataciones –su gran asignatura pendiente- y presentando también nuevos fósiles, recuperados en excavaciones actuales. De estas últimas surgen fósiles como una mandíbula y varios dientes de Zhirendong, al sur de China, con más de 100.000 años de antigüedad, que han sido interpretados como el Homo sapiens más antiguo del continente, retrasando en unos 60.000 años la que se creía la fecha más antigua de la presencia del hombre moderno en Asia.

 

La ausencia de evidencia no era pues, evidencia de ausencia, y no apostaría nada a que esta nueva era en la ciencia asiática no batirá records de fechas y hallazgos relevantes en el árbol humano, incluso para H. sapiens. Pero además, para investigar el lugar de origen del humano moderno, sería importante concentrar esfuerzos en comprender qué sucede en el Pleistoceno Medio, el periodo inmediatamente anterior a la aparición de H. sapiens. Precisamente en este aspecto, el registro humano del Pleistoceno Medio en África es escaso y no presenta, más allá de rasgos “avanzados” -por otra parte propios de los homínidos de esta cronología- ningún rasgo que podamos ligar exclusiva e inequívocamente al origen de H. sapiens. ¿Y qué sabemos de Asia? Pues incluso menos, a pesar de que la cantidad de yacimientos con evidencia fósil para el Pleistoceno Medio es significativamente mayor que la que se conoce para África. Precisamente, acabamos de terminar, en colaboración con nuestros colegas del Institute of Vertebrate Paleontology and Paleoanthropology de Pekín, un estudio sobre los dientes fósiles del yacimiento de Panxian Dadong, en el sur de China, que será publicado en el Journal of Human Evolution. Valga como adelanto que, como los fósiles africanos, los homínidos de Panxian Dadong presentan también rasgos “avanzados” y ninguna característica neandertal. ¿Qué significa esto? ¿Sabemos en realidad qué rasgos nos hacen sapiens? ¿Sabemos qué tenemos que buscar (o encontrar) en el registro fósil para poder identificar una especialización incuestionable hacia la línea sapiens?

 

Curiosamente, cuando Linneo nombró y describió a nuestra propia especie, Homo sapiens, no proporcionó un holotipo, o espécimen tipo que represente al grupo. ¿No es paradójico que la especie que se dedica a nombrar a las demás carezca de holotipo? ¿Nos deja esta circunstancia un poco huérfanos a la hora de encontrar nuestras raíces y saber a quién deben parecerse nuestros fósiles? ¿Es el origen de H. sapiens un asunto cerrado? En “Cien años de soledad”, la legendaria novela de García Márquez, el escritor colombiano nos imbuye en la dilatada historia de los Buendía, una saga de personajes fascinantes cuyo devenir ha cautivado a generaciones y generaciones. Entre muchos pasajes inolvidables, hay uno singular que muchos años después de haberlo leído ha cobrado para mí un sentido renovado: “… Úrsula se resistía a envejecer aun cuando ya había perdido la cuenta de su edad. Nadie supo a ciencia cierta cuándo empezó a perder la vista. […] No se lo dijo a nadie, pues habría sido un reconocimiento público de su inutilidad. […] Conoció con tanta seguridad el lugar en que se encontraba cada cosa, que ella misma se olvidaba a veces de que estaba ciega. En cierta ocasión, Fernanda alborotó la casa porque había perdido su anillo matrimonial, y Úrsula lo encontró en una repisa del dormitorio de los niños […] Úrsula recordó que lo único distinto que (Fernanda) había hecho aquel día era asolear las esteras de los niños porque Meme había descubierto una chinche la noche anterior. […] Úrsula pensó que Fernanda había puesto el anillo en el único lugar en que ellos no podían alcanzarlo: la repisa. Fernanda, en cambio, lo buscó únicamente en los trayectos de su itinerario cotidiano sin saber que la búsqueda de las cosas perdidas está entorpecida por los hábitos rutinarios, y es por eso que cuesta tanto trabajo encontrarlas.” No estaría de más que la ciencia, en general, se pareciese más a Úrsula que Fernanda, pues con frecuencia nuestra búsqueda de respuestas ha sido entorpecida por lo que ya sabíamos. Nos empeñamos en buscar las piezas del puzle donde creemos que deben estar y, de esta forma, nunca aparecen. Pongamos la cruz del tesoro en otro lugar del mapa, y quizá nos sorprendamos cuando el dorso de nuestra pala, golpee la tapa del cofre.