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Publicado el 22 de mayo de 2015 por Emiliano Bruner

Mano y piedra

Acaban de publicar el descubrimiento de herramientas líticas muy peculiares, halladas en Kenia y con más de 3 millones de años. Son herramientas especiales por razones diferentes. Primero, se encuentran en un ambiente boscoso, y no en un contexto de sabana. Segundo, son anteriores al registro fósil asociado al género humano (Homo). Tercero, tienen características diferentes del Olduvayense, la industria más antigua conocida hasta este momento.

 

El hecho que estos utensilios se asocien a un ambiente boscoso es quizás la cosa más interesante, probablemente la más novedosa. Lo más importante para invertir en una revolución tecnológica, a nivel funcional como cognitivo, es dedicarle cuerpo, sobre todo dedicarle manos. Los antepasados de los homínidos eran primates braquiadores y suspensorios, como los orangutanes actuales: una estructura vertical (como los bípedos), pero con brazos fuertes que permiten colgarse en lugar de piernas poderosas adecuadas a una locomoción erguida. Se supone entonces que el cambio de locomoción pueda haber sido importante para liberar las manos de sus responsabilidades asociadas al movimiento, dejando que se especializaran en otras funciones. Esta es la razón para la que se suele pensar a una relación entre sabana (poca vegetación), locomoción bípeda, y manualidad.

 

Pero si encontramos industria en un ambiente de bosques entonces tenemos tres posibilidades alternativas. Primero, puede que una locomoción erguida no sea necesaria para encargar a las manos nuevas tareas y capacidades. Segundo, puede que para evolucionar una locomoción bípeda no sea necesario un ambiente de sabana. Tercero, las informaciones paleontológicas sobre el ecosistema puede que no sean completas, o que no sean representativas de los homínidos que utilizaban estas herramientas. La antigüedad de las herramientas, anteriores a las primeras evidencias del género humano, quizás no sea tan sorprendente. La escasez de registro, fósil y arqueológico, a lo largo de un tiempo de millones de años y en un territorio grande como África, no puede ofrecer una perspectiva completa, y es normal que cada pieza nueva añada algo diferente al escenario. Se presenta cada hallazgo como una revolución sólo porque, desafortunadamente, en paleontología es frecuente llegar a conclusiones demasiado de prisa, con evidencias parciales y mucha especulación.

 

Hay límites en paleontología que evidentemente no permiten siempre llevar a cabo una aproximación científica apropiada, que pueda verificar o rechazar hipótesis. Este campo tiene un componente de especulación importante, lo cual en cierta medida es fundamental. Pero tampoco habría que llegar a conclusiones tajantes por cada pieza que se desentierra. Si se hace, luego es normal que estas perspectivas tan firmes tambaleen cada vez que añadimos una evidencia más. Pero no son revoluciones, sino solo inestabilidad.

 

Desde luego, este descubrimiento, si los análisis arqueológicos y cronológicos son correctos, es muy importante porque pone fechas, lugares y formas de esta industria. Pero por sí mismo no debería de ser interpretado como algo excepcional o imprevisto. Los simios antropomorfos y todos los primates en general, con una organización neural menos compleja que la nuestra, pueden utilizar muchas herramientas, aunque de forma más automática y sin la capacidad de integración y desarrollo que tenemos los humanos. Así que no es de extrañar que un homínido con 600-700 centímetros cúbicos de cerebro, sea quien sea, haya podido organizarse aún mejor en este sentido. Quien hizo aquellas herramientas puede haber sido un antepasado del género Homo, una especie del mismo género Homo, o una especie que no tiene nada que ver con nuestro linaje. Con lo que sabemos sobre el comportamiento de los primates vivientes, y sabiendo que hace 3 millones de años en África se podían encontrar especies de homínidos con una buena capacidad craneal, no hay porqué pensar que solo los de nuestra rama hayan tenido la posibilidad de mejorar sus herramientas.

 

Dar por hecho que solo un linaje haya podido desarrollar industria, con todas las especies que paralelamente competían por los mismos recursos teniendo una estructura biológica parecida, es sencillamente anacrónico, muy influenciado por aquellas perspectivas que siguen planteando la evolución como algo lineal, gradual, y progresivo. Finalmente viene la industria, sus características, su significado ecológico y cognitivo. Es una industria diferente de aquella asociada a los primeros humanos, con lascas grandes de doce centímetros y núcleos gigantes con un peso promedio de tres kilos. Es probable que estos núcleos tan grandes se sujetaran con las dos manos, para que golpeasen una superficie más dura, un yunque de piedra, desprendiendo lascas. Es entonces una relación entre cuerpo y objeto mucho menos refinada e íntima de la que podemos imaginar cuando cada mano controla una herramienta diferente para coordinar el impacto entre los dos objetos a la vez.

 

Se ha nombrado esta industria con el nombre un poco impronunciable de Lomekviano, por el nombre de la localidad en que se encontró. Las herramientas siempre son fundamentales para interpretar los niveles cognitivos de las especies extintas. Se suele asociar la herramienta, su producción como su uso, a un proyecto, a un plan, a la capacidad de ver relaciones entre objetos y procesos, entender las causas y proyectar en el futuro las consecuencias. Esto sin contar la coordinación motora, necesaria a llevar a cabo la idea. Muchos primates (y mamíferos) son capaces de “emular”, es decir, de reproducir un resultado, pero sobre todo los humanos somos capaces de “imitar”, o sea de reproducir un proceso. Sólo los humanos construimos objetos que sirven para construir otros objetos.

 

Todo esto evidentemente nos habla de capacidades cognitivas, y la complejidad de la herramienta, su forma de producción y su uso, se interpreta en función de estas capacidades. Pero recientemente las ciencias cognitivas están sondeando otra posibilidad, más complicada y desafortunadamente mucho más difícil de evaluar a nivel experimental: nos estamos planteando si la “mente” no sea solo un producto del cerebro, sino de la interacción entre cerebro, cuerpo, y ambiente. En este caso la herramienta no es el producto del proceso cognitivo, sino parte integrante y activa de este proceso. No es el cerebro que forja el objeto, sino son los dos que, mediados por procesos activos del cuerpo, se interlazan y generan el plan, la idea, el objetivo, y la forma de conseguirlo. El objeto, en este caso, es una extensión del cuerpo, un componente “extra-neural” del proceso cognitivo, que ya no se interpreta como un mecanismo aislado dentro del cráneo. Lo mismo vale para el cuerpo, que ya no es solo un soporte, sino parte fundamental del proceso cognitivo. La cognición se basa mucho en la experiencia del cuerpo. En todo esto una parte fundamental la tienen aquellas funciones neurales que coordinan el cuerpo en el espacio, y las relaciones entre cuerpo y objetos. Y aquí no hay que olvidar que, cuando descubrió el primer australopiteco, Raymond Dart, un experto neuroanatomista, se sorprendió de que el cerebro de estos primeros homínidos tuviera un tamaño parecido a los simios antropomorfos actuales, pero parecían tener proporciones diferentes: los lóbulos parietales, nudos fundamentales para la integración entre ojo y mano, entre cuerpo y ambiente, entre sensaciones y recuerdos, parecían mucho más grandes.

 

Referencias

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Emiliano Bruner Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, Burgos https://paleoneurology.wordpress.com