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Publicado el 12 de junio de 2012 por Antonio Rosas

Poblaciones, especies y linajes humanos

Asistimos en los últimos años a la continua publicación de nuevos fósiles humanos. Hoy se acepta sin reparo la existencia de múltiples formas de “homínidos”  (técnicamente homininos) en un pasado más o menos remoto. Sin embargo, mostramos una cierta resistencia a reconocer una elevada variedad humana en épocas más cercanas. Quizá el dogma de creernos únicos –la especie elegida- nos dificulta la comprensión de un hecho cada vez más evidente: la gran diversidad de poblaciones, especies y linajes humanos que han evolucionado en los últimos cientos de miles de años. Así por ejemplo, si tomamos como referencia el valor arbitrario de hace 60.000 años, comprobamos que en el planeta Tierra coexistieron varias especies humanas.

 

En Asia se admite la persistencia de poblaciones de H. erectus hasta fechas muy recientes, en especial representada en la colección de Ngandong (Isla de Java, Indonesia). En la isla de Flores, también en Indonesia, se descubrieron en 2003 restos datados entre hace 90.000 años y hace 26.000 años, clasificados como Homo floresiensis, que dieron lugar a una apasionada polémica. No obstante, cualquiera que sea su interpretación, de lo que no cabe duda es de que se trata de una especie humana hoy extinta. Más recientemente, se ha identificado un nuevo linaje humano a partir de datos exclusivamente genéticos extraídos de una pequeña falange descubierta en la cueva de Denisova (Siberia), datada en unos 41.000 años de antigüedad. Sabemos aún muy poco de la naturaleza específica de este nuevo linaje evolutivo, muy próximo a los neandertales, pero está claro que viene a aumentar la diversidad del género Homo. Su localización geográfica, junto a las evidencias genéticas de posibles cruzamientos con poblaciones de Nueva Guinea, parecen indicar una distribución asiática más o menos extensa. En el extremo occidental de Eurasia encontramos entre las especies humanas extintas a los neandertales: la especie más conocida de todas –aunque no por ello mejor comprendida- y la que más literatura ha propiciado. Los neandertales habitaron en Europa y amplias regiones de Asia y Oriente Próximo desde finales del Pleistoceno Medio (periodo que va desde los 781.000 a los 126.000 años) hasta su extinción hace unos 28.000 años. Y, obviamente, entre las especies humanas nos encontramos a nosotros mismos: Homo sapiens, la única especie humana viva pero, como vamos descubriendo, no la única que ha existido. Las raíces de nuestra especie se hunden en el continente africano hasta hace unos 160.000 años, fecha que datan los cráneos de Herto (Etiopia), y la anatomía de los humanos modernos –nuestro cuerpo- se revela día a día como una de las más “derivadas” (es decir, que más han cambiado en su trayectoria evolutiva).

 

En el ámbito estrictamente “sapiens”, es también frecuente el descubrimiento de restos de grupos humanos desconocidos que ensanchan cada vez más los ya amplios márgenes de variación de la anatomía humana. Quizá el último ejemplo lo encontremos en los restos hallados en las cuevas de Longlin y Maludong en el sudeste de China (de unos 14.000-11.000 años), y en los de Zhirendong (China), algo más antiguos con una edad próxima a los 100.00 años. Con la publicación de estos hallazgos –y su buen reflejo en los medios de comunicación-, los científicos han planteado de nuevo una vieja e interesante cuestión: ¿Cómo clasificar unos  restos cuya anatomía desborda los límites de lo previamente conocido? ¿Pertenecen a una población desconocida? ¿Son acaso una nueva especie? ¿O representan quizá a un nuevo linaje? En definitiva, ¿cuál es su estatus taxonómico? Esta es una pregunta técnica compleja que no siempre obtiene una respuesta satisfactoria. Consecuentemente, se detecta en algunos artículos de divulgación cierta dificultad a la hora de distinguir entre los conceptos de población, especie y linaje. Quizá convenga dar un breve repaso a estas nociones. Aunque con fronteras difusas, la noción de población es la más sencilla, al hacer referencia a una comunidad reproductiva de organismos que viven en un mismo espacio, durante un tiempo breve medible en número de generaciones. Las poblaciones forman entidades relativamente aisladas de otras entidades similares, con cuyos individuos no se reproducen habitualmente, aunque sí de forma ocasional. En el ámbito humano el concepto de población lo podemos usar para designar casos tan dispares como “la población medieval española”, las poblaciones actuales del desierto de Kalahari o las poblaciones paleolíticas de cazadores-recolectores. En todos estos casos se mantiene internamente una proximidad genética espacio-temporal. Por su lado, la noción de especie, considerada por muchos como la unidad básica de la biología, es, paradójicamente, una de las más complicadas de definir. Recientemente,  la discusión de lo que es, y de lo que no es, una especie humana ha pasado a un primer plano en las dudas del no especialista. Así, los resultados de la paleogenética humana, cuyo resultado más conocido es el denominado “genoma neandertal”, ha puesto de manifiesto intercambio de genes entre grupos humanos, para muchos considerados especies distintas. Por ejemplo, la hibridación entre H. sapiens y H. neandertalensis.

 

Las consecuencias de este hecho son múltiples, entre otras el preguntarnos si verdaderamente neandertales y humanos modernos pertenecemos a dos especies diferentes. La existencia de cruces genéticos entre ambos grupos humanos parece contradecir el mismo concepto biológico de especie. Caben, en este punto, algunas salvedades. El concepto biológico de especie establece la barrera reproductiva (el tener descendencia fértil) como el límite para caracterizar especies a través de sus individuos. Sin embargo, parece cada vez más claro, que una estricta definición en términos de interfecundidad no capta suficientemente la noción de especie natural. Así por ejemplo, son conocidos los híbridos entre animales que ninguno dudaríamos en reconocer como pertenecientes a especies diferentes: el lobo rojo y el coyote norteamericanos. Estos casos suponen, sin duda, un problema no resuelto para la taxonomía binomial tradicional. Por el momento podríamos quedarnos con que algunas especies animales que han divergido recientemente en su evolución -especies genéticamente próximas- pueden en ocasiones producir híbridos fértiles. Y en este marco, aceptamos como un buen ejemplo de este fenómeno la hibridación ocasional entre neandertales y “sapiens” en el Próximo Oriente, hace unos 70.000 años, tal y como plantean los resultados del proyecto “genoma neandertal”. Y dicho esto, dejemos necesariamente la discusión abierta y veamos cómo se van resolviendo estos asuntos en un futuro próximo. La noción de linaje tiene una mayor extensión temporal y hace referencia a la secuencia de ascendientes y descendientes de una entidad biológica con características heredables propias. Es decir, linaje entraña una secuencia y una continuidad genética. Por ejemplo, el linaje neandertal hace alusión a la secuencia evolutiva de poblaciones y/o especies desde la aparición de caracteres distintivos neandertales hasta su extinción hace unos 30.000 años.

 

El reconocimiento de un linaje entraña algo más que la definición de una especie ya que precisa de la divergencia de ramales evolutivos de un mismo grupo biológico desde un antepasado. “sapiens”, denisovanos y neandertales son buenos ejemplos de linajes humanos, aunque nuestro conocimiento de cada uno de ellos sea bien distinto. Para finalizar, y la luz de lo dicho, creo que una de las conclusiones más importantes de la ciencia en los últimos años ha consistido en clarificar la existencia en el planeta Tierra de otras especies humanas, distintas de la nuestra, diferenciadas a través de la evolución de distintos linajes. Sí parece claro que H. sapiens es la especie más diversificada en poblaciones, cuyos márgenes de variación aún no hemos acabado de establecer.   Antonio Rosas Grupo de PaleoAntropología, Museo Nacional de Ciencias Naturales, CSIC.